IH 24 OBRA PUBLICA Y MODERNIDAD.

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OBRA PÚBLICA Y MODERNIDAD (1).

La política de promoción y fomento de obras públicas que desarrollan los gobiernos desde mediados del siglo XVIII tenía una íntima relación con el territorio. El territorio adquiere una atención especial: es el resumen de una nación. A lo largo del siglo XIX el ingeniero pudo disponer de unos contrastados modelos de construcción para solucionar el problema de los puentes de hierro: un conjunto de posibilidades experimentadas que se va ampliando poco a poco con la práctica.

Obras públicas y territorio.

La revelación de las grandes obras de ingeniería del siglo XIX como verdaderas estructuras de la modernidad vino avalada por la exclusiva relación que ellas mismas tenían con el territorio como poderosos agentes de transformación. Durante la Ilustración se fueron tomando una serie de medidas y estableciendo algunas bases en el campo de las obras públicas. En 1799 se había creado la Dirección de Caminos, Canales y Puertos y la Escuela  de Caminos en 1802. Sin embargo la ilusión de progreso quedará truncada con la invasión francesa lo que provocó un desarrollo industrial y económico decepcionante en el conjunto del país. En la década de los años 20 surgirá de nuevo un interés por la obra pública. La Escuela de Caminos, clausurada años antes, se volverá a abrir en 1820.

La obra pública aparece como noticia en revistas extranjeras y en las revistas españolas como el Seminario Pintoresco Español. Y junto a ello los viajeros descubren la nueva imagen del país. El puente nuevo de Ronda sobre una estrecha garganta de más de 100 metros de profundidad causa admiración en alguno de ellos.

La ingeniería moderna: la aparición del hierro.

El hierro propició cambios en los ámbitos de la época y no sólo en el campo de la construcción. Las posibilidades constructivas de este nuevo material se desarrollaron desde el último cuarto del siglo XVIII especialmente en Inglaterra. En la segunda mitad del siglo XVIII, el burgués, reforzado económicamente, ya no se considera vinculado a su país ni a sus gobernantes como productor y comerciante que es, sino que se rige por sus intereses económicos individuales. Una burguesía que ejerce el control de los nuevos medios de producción desplazando a la nobleza de ese lugar histórico. Y esta nueva economía empleará el hierro y el vidrio a gran escala, en la segunda mitad del siglo XVIII en las nuevas tipologías constructivas que surgen promovidas por el capital privado. Hasta finales del siglo XVIII la madera era el principal material para la construcción de las máquinas y poco a poco se producirá la sustitución por el hierro.

            El hierro se comienza a usar por los pequeños productores con carácter experimental. El primer puente que intentó levantar en Stanford, el arquitecto inglés John Nash, colapsó antes de terminarse construir en 1795. A finales del siglo XVIII, el puente se convertirá en el objeto de experimentación por excelencia y primer campo de pruebas donde comprobar las cualidades del nuevo material. Probablemente el primer puente construido con éxito es el de Coalbrookdale en 1779. Será ya a principios del XIX cuando surjan de forma más habitual y consolidada la construcción de puentes siguiendo tres modelos: los puentes en arco, los suspendidos o colgantes y finalmente el recto de viga continua. En España aparecerá un primer puente en 1815 en Bilbao. El puente viga de tramo recto será el último en ensayarse en España y se empleará a partir de 1850 muy vinculado al desarrollo del ferrocarril.

El hierro apareció como un material capaz de heredar y restaurar la tradición constructiva del puente. Para mediados del siglo XIX estas construcciones ya se habían granjeado el crédito de la sociedad. El ingeniero fue haciendo mayor uso del hierro a medida que observaba sus propiedades. Por otra parte era un material que en su nueva definición era capaz de hacer visible la experiencia estética de la modernidad.

Los tipos constructivos.

El tipo estructural es el resultado de lo acumulado por la experiencia, la definición de un modelo que ha sido probado en  reiteradas ocasiones y que, poco a poco, se va mejorando. En España, hasta prácticamente mediados del siglo XIX, apenas existieron ingenieros y sí arquitectos. Durante siglos, la principal obsesión del constructor había pasado por diseñar un puente sólido y duradero, que difícilmente fuera arrastrado por una riada. El fuerte peso que ejercía la Academia de San Fernando sobre la vida constructiva del país era notable y por ello la piedra prevalecía sobre cualquier otro material. En 1815 Juan Bautista Belaunzarán proyectará un puente metálico para Bilbao que no se llegó a construir y José Díaz Alonso, en el Paso del Rey, sobre el Manzanares, quería unir el Palacio Real y la Casa de Campo en 1828 aunque tampoco se llegó a realizar.

El puente de arco más importante fue el de Isabel II sobre el Guadalquivir en Sevilla y se puede considerar como el primer puente del tipo arco construido en España. Luego llegarán los puentes colgantes que, en alguna medida, seguían los modelos de puentes tradicionales realizados con elementos vegetales en diferentes países y culturas. El puente de viga llegará más tarde, unido a la realidad del ferrocarril.

Iconos de la modernidad. Los hombres honrados caminan en línea recta.

Pero el gran concepto que dirigía esta evolución técnica era el de utilidad que llegaba desde los ingenieros y de las nuevas enseñanzas de la arquitectura a lo largo del siglo XIX. Durante la segunda mitad del siglo XIX, conforme avanzaba la red de ferrocarriles por todo el país y sus beneficios llegaban a las balanzas comerciales de sus promotores se produjo una exaltación de los progresos de la civilización. Uno de los elementos que en mayor medida configuró este original espíritu de observación fue el carácter novedoso que atesoraba, especialmente representado por el ferrocarril y los puentes de hierro. Las grandes naciones impondrán su ley en razón de su poder científico. Y los ingenieros y promotores eran conscientes de su papel en la sociedad y la responsabilidad de su trabajo y sus obras. Y por ello posaban orgullosos en las fotografías ante la ejecución de los diferentes proyectos.

El ferrocarril y las estructuras de los puentes metálicos cambiaban la imagen del territorio y eran un referente de esta nueva mentalidad. Un ejemplo de esta forma de entender la vida se hace presente en el libro de 1877 “de Madrid a Lisboa” de Nicolás Díaz:

-¿Por dónde vamos ahora? nos preguntó Scott.

-Comenzamos a recorrer la rica comarca de Santarem… la locomotora nos lleva en línea recta, como un hombre honrado hasta Santarem.

-¿Los hombres honrados caminan en línea recta?

-Siempre, mientras los canallas caminan en línea mixta y los hipócritas embusteros por la doble curva.

El libro de Alfonso Lujan, Obra pública y modernidad es una excelente aproximación a la realidad de la obra pública entre 1815 y 1846 en España editado por la cátedra Demetrio Ribes que apoya las investigaciones y publicaciones en materia de Patrimonio Industrial. Modelos que sería bueno imitar, aprendiendo de los esfuerzos de otras comunidades en esta materia.