LAS CIUDADES INVISIBLES

Un excelente libro de Italo Calvino que supone una forma diferente de entender la ciudad. Enviados a inspeccionar las remotas provincias, los mensajeros y recaudadores del Gran Kan regresaban puntualmente al palacio real de Kemenfú y a los jardines de magnolias a cuya sombra Kublai paseaba y allí escuchaba sus narraciones. Marco Polo que no conocía las lenguas del Kan se expresaba con signos, pantomimas… Una ciudad era designada por el salto de un pez que huía del pico del cormorán para caer en una red, otra ciudad por un hombre desnudo… Con el tiempo Marco aprendió la lengua tártara y diferentes dialectos. Nuevos datos que iban dando sentido a la imagen de Kublai que preguntaba a Polo: El día que conozca todos los emblemas ¿conseguiré al fin poseer mi imperio? Y Polo le contestaba: No lo creas: ese día serás tú mismo emblema entre los emblemas. Y así entre diferentes narraciones Marco Polo va describiendo qué es una ciudad.

Las ciudades y la memoria.

Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo de una ciudad. Finalmente llega a Isidora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol incrustadas de caracoles marinos, donde se fabrican según las reglas del arte largavistas y violines… Isidora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isidora llega a avanzada edad. En la plaza está la pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos.

En la ciudad de Dorotea descubre que hay caminos diversos y cuando quiere describir la ciudad de Zaira dice: Una descripción de Zaira como es hoy debería contener todo el pasado de Zaira. Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, surcado a su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones, cañonazos.

Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran, dijo Polo. Quizá a Venecia tengo miedo de perderla toda de una vez, si hablo de ella. O quizá hablando de otras ciudades la he perdido ya poco a poco.

Las ciudades y el deseo.

Anastasia es una ciudad bañada de canales concéntricos y sobrevolada por cometas. Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone; y así ven el camellero y el marinero a Despina, ciudad de confín entre dos desiertos. De la ciudad de Zirma los viajeros vuelven con recuerdos bien claros: un negro ciego que grita en la multitud, un loco que se asoma en la cornisa de un rascacielos, una muchacha que pasea con un puma sujeto con una traílla. La memoria es redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir.

El hombre que viaja y no conoce todavía la ciudad que le espera a lo largo del camino, se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar. En cada ciudad del impero cada edificio es diferente y está dispuesto en un orden distinto. Pero cada hombre lleva en la mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin formas, y las ciudades particulares la rellenan. Pero no tiene sentido dividir las ciudades en ciudades felices o infelices, sino en otras dos: las que a través de los años y mutaciones siguen dando forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella.

Kublai piensa que las ciudades que describe Polo se parecen entre ellas como si simplemente cambiaran elementos. Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos. De una ciudad no disfrutas las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya.

Las ciudades y los signos.

Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe. Y, sin embargo, entre la una y el otro hay una relación. Pero acaba su discurso diciendo: la mentira no está en el discurso, está en las cosas. Y Marco Polo describe un puente, piedra sobre piedra. ¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? pregunta el Kan. El puente no está sostenido por esta o aquella piedra, responde Marco, sino por la línea del arco que ellas forman. Kublai permanece silencioso, reflexionando y después añade: ¿Por qué me hablas de las piedras? Es solo el arco lo que me importa. Polo responde: Sin piedras no hay arco.

Marco Polo hojea los mapas, reconoce Jericó, Ur, Cartago, indica los atracaderos en la desembocadura del Escamandro, donde las naves aqueas esperaron durante diez años el reembarco de los sitiadores, hasta que el caballo clavijero de Ulises fue arrastrado a fuerza de cabrestantes por la Puerta Escea. Pero hablando de Troya, le daba por atribuirle la forma de Constantinopla y prever el asedio con que durante largos meses la cercaría Mahoma quien, astuto como Ulises, habría hecho remolcar las naves por la noche aguas abajo, desde el Bósforo hasta el cuerno de Oro, contorneando Perla y Galata. Y de la mezcla de aquellas dos ciudades resultaba una tercera, que podría llamarse San Francisco y tender puentes larguísimos y livianos sobre la Puerta de Oro y sobre la bahía, y hacer trepar tranvías de cremallera por calles en pendiente, y florecer como capital del Pacífico de allí a un milenio, después del largo asedio de trecientos años que llevaría a la raza de los amarillos y los negros y los pieles rojas a fundirse con la progenie superviviente de los blancos en un imperio más visto que el del Gran Kan.

El atlas tiene esa virtud: revela la forma de las ciudades que todavía no poseen forma ni nombre. Está la ciudad con la forma de Amsterdan, semicírculo que mira hacia el septentrión, con canales concéntricos: de los Príncipes, del Emperador, de los Señores, está la ciudad con la forma de York, encajonada entre los altos páramos, amurallada, erizada de torres, esta la ciudad con la forma de Nueva Amsterdam llamada también Nueva York, atestada de torres de vidrio y acero sobre una isla oblonga entre dos ríos, con calles como profundos canales todos rectos salvo Broadway.

Ciudades que sus habitantes aprecian y quieren conservar. Del carácter de los habitantes de Andria merecen recordarse dos virtudes: la seguridad en sí mismos y la prudencia. Convencidos de que toda innovación influye en el dibujo del cielo, antes de cada decisión calculan los riesgos y las ventajas para ellos y para el conjunto de la ciudad y de los mundos.