LA DESTRUCCION DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO ESPAÑOL. HEARST EL GRAN ACAPARADOR.

 

            La historia del gran acaparador, como llama Merino de Cáceres a W. Hearst es una historia de película, que Orson Welles llevó, en parte, al cine en la película del Ciudadano Kane. Un hombre obsesionado con la adquisición de muebles e inmuebles históricos a cualquier precio para llenar sus mansiones o museos. Durante años adquirió todo tipo de piezas capaces de llenar más de diez museos. Adquisiciones realizadas de forma oculta en ocasiones con engaños y modos nada legales. Pero el resultado es que adquirió todo tipo de bienes que encontraba y de forma muy especial en España. La lista es interminable y por ello me referiré, como ejemplo, solamente a algunos de los bienes de la comunidad de Castilla-La Mancha.

Los artesonados trasladados.

                El artesonado mudéjar del siglo XVI de la iglesia monasterio de San Francisco de Almagro de 20×118 pies se compró por 20.000 dólares a Arthur Byne en 1928 se volvió a vender en 1942 por 1900 dólares. Se trata realmente de la armadura que cubría la nave de la iglesia de la Universidad de Almagro que se convertiría en fábrica de aceites y después en carpintería. Después de diversos avatares el techo fue adquirido por Mauricio Garza Sada de Nuevo León, Méjico en noviembre de 1977 para montarlo en su finca llamada La Milarca. El material pesaba 60 toneladas y ocupaba 125 cajones.

                Un techo tallado en madera, procedente de un palacio de Ocaña se compró a Raimundo Ruiz en 1924. Un techo de vigas, ménsulas de madera talladas en pino de Cuenca, procedente de Toledo de 4,5×10,92 metros se compró a Byne en 1923 y se llevó a San Simeón (residencia de Hearst) en 1924. Fue comprado el 12 de noviembre de 1923. Byne escribía una carta a Julia Morgan, esposa de Hearst diciendo que ha conseguido rebajar el precio de 25.000 a 9.500 pesetas (unos 1.335 dólares). En la misma habitación donde está el techo hay dos puertas mudéjares y dos postigos. Byne se llevaba una comisión del 10% en estas actividades y se encargaba de gestionar los trasportes y embalaje del material necesario. Desde Toledo, el material se lleva en camiones hasta Santander donde se embarcan con destino a Nueva York. Los gastos de demolición son 450 pesetas y 1.261 de su comisión. La descripción de Byne dice: Buen ejemplar de techo mudéjar toledano del siglo XVI comprado en una vieja casa de la calle de Sevillanos de la ciudad de Toledo con seis vigas con madera de pino procedente de Toledo que según Byne llegaban a la ciduad  desde Cuenca a través del río Tajo. Un techo que en la actualidad cubre el dormitorio número 4 del Cloister y el vestíbulo del mismo, en una habitación que se conoce como Della Robbia. De Toledo también se llevarían un techo del convento de Madre de Dios.

                De palacio de los duques de Maqueda de Torrijo puede proceder  un techo hispano morisco en madera tallada de 10 x 8,22 metros comprado en 1924 por 20.000 pesetas y revendido en 1941. Es una armadura ochavada en forma de artesa con labor de lazo en estrellas de a diez y dos grandes piñas centrales decoradas con mocárabes. Y así el inventario de techos va describiendo hasta 83 piezas procedentes de diferentes lugares de España que acaban en las mansiones de Hearst o revendidas a coleccionistas o propietarios particulares que las colocan en sus mansiones. Porque cuando las finanzas de Hearst se vienen abajo se ve obligado a vender gran parte de estas colecciones a museos o particulares.

                Hearst, ayudado por su intermediario Byne y por una sociedad española que no valoraba su patrimonio adquirió numerosas obras de arte español. En esa época fue posible desmantelar conjuntos artísticos de muy diferente índole a golpe de talonario. Compró y trasladó a Estados Unidos el monasterio de Sacramenia (hoy en Miami) y el de Óvila (perdido en California), las rejas de la catedral de Valladolid, actualmente en el Metropolitan Museum de Nueva York, decenas de artesonados, mobiliario de los siglos XVI y XVII, tapices como los paños flamencos procedentes de las catedrales de Palencia y de Toledo, restos de fortalezas como la de Benavente y así numerosas piezas. Compraba directamente en España o asistía a las subastas de antigüedades españolas de Paris y Nueva York.

Monasterio de Ovila.

                Probablemente la historia más conocida es la del monasterio de Ovila por el empeño de unos monjes trapenses en su reconstrucción. El impresionante techo abovedado de la reconstruida sala capitular española puede verse finalmente en todo su esplendor. Los equipos han quitado el apuntalamiento y andamiaje antes del Domingo de Pascua». Son las frases que el 5 de abril  de 2012 escribió un monje de la abadía de New Clairvaux, en California, en el blog del proyecto «Sacred Stones», Piedras sagradas, como se denomina la operación de reconstrucción de una parte del monasterio de Óvila, expoliado en Guadalajara en 1931. Una historia compleja que tiene por una parte la vergonzosa destrucción de un conjunto arquitectónico del siglo XII en la Alcarria, y por otra el empeño de un grupo de monjes cistercienses-trapenses por ponerlo en pie, 80 años después, a 10.000 kilómetros de distancia. Los monjes de New Clairvaux preparan la ceremonia de albricias, fiesta que se hacía antiguamente tras la retirada de los andamios, en la que se ofrecía un alboroque o convite a los obreros. Hay que  sellar las juntas, solar el recinto y aplicar una lechada a las piedras para paliar el contraste entre las originales y las añadidas. Pero se está acabando una obra con muchas incertidumbres económicas y una gran complejidad técnica. En realidad, sólo el 40 por ciento de las piedras de las columnas, arcos y bóvedas que hoy tienen los monjes son piedras originales que salieron de Trillo, primero en camiones hasta Madrid, después por ferrocarril a Valencia, y finalmente en cargueros hasta San Francisco.

Elginismo

                Elgin, sir Thomas Bruce, diplomático británico se apropió, durante su estancia en Turquía como embajador, de numerosas esculturas de la Acrópolis de Atenas, y finalmente su colección pasó al British Museum de Londres. Por eso a estas operaciones generalmente clandestinas y con fuertes intereses económicos, de separación de partes o destrucción de edificios, con traslado de sus piezas a otros lugares para atender las ambiciones artísticas de personajes acaudalados, coleccionistas o museos se les ha dado el nombre de elginismo.

                Una historia con numerosos ejemplos, con anécdotas curiosas que conocíamos parcialmente y que, ahora, José Miguel Merino de Cáceres  y María José Martínez Ruiz nos presentan de forma ordenada y exhaustiva en su libro La destrucción del patrimonio histórico español. Una triste historia de la falta de aprecio de nuestro patrimonio, de los intereses económicos por encima de los valores de conservación de ese patrimonio y de los afanes acaparadores de coleccionistas como W.R. Hearst, el ciudadano Kane.