EL TIEMPO CONSTRUIDO

EL TIEMPO CONSTRUIDO.

El tiempo vivido es el del fluir continuado. El tiempo físico separa las vivencias unas de otras, pero nuestras experiencias vitales son la propia temporalidad, y forman el flujo de lo vivido, la duración real.

La memoria dice Lledó, no es ni sensación ni noción, sino una forma de ser, una pasión o afección de ellas, cuando ha pasado el tiempo. Y citando a Aristóteles dice; “No hay memoria del ahora en el ahora, sino que, de lo presente hay sensación, de lo porvenir hay esperanza, de lo pasado memoria. Por ello toda memoria es tiempo y, en consecuencia, sólo, entre los animales, aquellos que sienten el tiempo son los que tienen memoria y pueden recordar. Sentir el tiempo, tener noción de tiempo es el especial privilegio de los seres humanos”.

La memoria y lo construido.

La actividad constructiva del hombre ha tenido siempre una importante relación con la memoria, por la voluntad de que su actividad sea recordada como autor de obras singulares y, en otras ocasiones, con la intención de que aquello que se construye sea el recuerdo de una actividad notable de la comunidad. Hechos especiales, acontecimientos notables, episodios de relevancia de la historia común quieren recordarse con la presencia de arquitecturas que los perpetúen de alguna manera.

La palabra monumento, derivada del latín monumentum que procede de monere (avisar, advertir, recordar) hace referencia a esa voluntad de recordar que tiene lo construido. El monumento quiere suscitar una emoción colectiva como recuerdo de aquel acontecimiento a que hace referencia y ser la materialización de ese ejercicio común de memoria. Y a su vez esa emoción colectiva ayuda a mantener la identidad de la comunidad con referencias a su historia pasada, a los hechos que han tenido relevancia para la colectividad. El monumento da seguridad, nos relaciona con tiempos anteriores, vividos por la comunidad, con acontecimientos que consideramos parte de nuestra historia común y que valoramos colectivamente.

En ocasiones estas construcciones tienen una clara finalidad memorial, se levantan como recuerdo de un acontecimiento, normalmente positivo para la comunidad. Los arcos de triunfo conmemoran victorias del ejército que quieren recordarse como triunfo común y como reconocimiento al gobernante que ha dirigido la acción en esos momentos. Arcos dedicados a un general victorioso, normalmente con un vano central y dos vanos menores laterales conformando una imagen equilibrada y armónica. Después, el monumento será considerado tal por sus valores artísticos e históricos. Y en el último siglo recuperamos el memorial como construcción que quiere recordar especialmente momentos trágicos de la comunidad: guerras, catástrofes naturales y conflictos.

La conservación del patrimonio.

El valor que tienen las construcciones del hombre como memoria colectiva hace que a lo largo de los siglos se haya tenido una voluntad de conservar y mantener ese patrimonio. Pero con un sentido diferente, ahora son los monumentos históricos que los expertos reconocen por sus valores constructivos, de aportación a la historia del arte, por una cierta singularidad los que queremos conservar. Y surgirán las teorías de la restauración que van definiendo criterios, normas de actuación para esa tarea de conservación. Y junto a ello las normas y legislaciones que protegen y definen las condiciones que la comunidad establece para el mantenimiento de esa memoria construida.

Y a lo largo de los siglos va surgiendo un aprecio por el patrimonio de tiempos anteriores al nuestro, reconociendo los valores culturales que tiene para el presente. Un proceso que, junto a los criterios legales, se va haciendo presente en la comunidad que aprecia la herencia recibida de generaciones anteriores como un bien que posee valores culturales. Una realidad que es parte esencial de nuestra memoria

Los monumentos erigidos como memoria de acontecimientos pasados y hoy en día, los memoriales, recuerdo de acontecimientos de especial relevancia, son construcciones para la memoria. Y por ello queremos conservar y mantener vivos los edificios que forman parte de nuestra historia. Monumentos históricos y de forma especial ciudades que son inmensos almacenes de la memoria. Algunos de ellos envejecen de forma acelerada como ocurre con el patrimonio industrial, memoria del trabajo y muestra de nuestro saber hacer y nuestros conocimientos tecnológicos.

Patrimonios singulares.

Y junto a las construcciones, los paisajes como lugares de la cultura, entendidos como tales desde que la acción del hombre los ha trasformado y vive en ellos. Un reconocimiento de la realidad construida en las arquitecturas, las ciudades, el patrimonio industrial y los paisajes como ámbitos de la memoria construida, del sentimiento del tiempo.

Porque la valoración de la herencia recibida adquiere sus peculiaridades, sus valores singulares y sus criterios particulares de conservación en ámbitos específicos. El paisaje requiere una atención especial como realidad compleja en la que se suman los elementos geográficos, geológicos y las aportaciones culturales de las edificaciones, de las obras públicas y las infraestructuras.

Las ciudades requieren una atención especial porque son inmensos almacenes de memoria. En su trama urbana, sus construcciones residenciales, sus edificios singulares y sus perfiles urbanos van recogiendo la huella de generaciones que dejan sus testimonios impresos en las mismas. Y para comprenderlas y apreciarlas hay que acercarse a su realidad, sumergirse en su vida, en su actividad, conocer sus peculiaridades y apreciar lo existente para así saber proyectar su futuro.

Elemento singular es el patrimonio industrial reconocido como valor de la comunidad en fechas recientes. Un patrimonio singular, huella del trabajo del hombre que tiene un rápido envejecimiento por su asociación con procesos tecnológicos y científicos que han evolucionado a velocidad vertiginosa desde la revolución industrial

El tiempo construido.

Como dice el arquitecto finlandés Juhanni Pallasmaa: La arquitectura es esencialmente una forma de arte de la reconciliación y la mediación, y, además de situarnos en el espacio y en un lugar, los paisajes y los edificios articulan nuestras experiencias de la duración y del tiempo entre los polos del pasado y del futuro. De hecho, junto a todo el legado literario y artístico, los paisajes y los edificios constituyen la exteriorización de la memoria humana más importantes. Comprendemos y recordamos quiénes somos a través de nuestras construcciones, sean estas, materiales o mentales.

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El libro “El tiempo construido” es un ensayo que se acerca al valor de la memoria como base de nuestro aprecio por el patrimonio, como fundamento de la necesaria voluntad de conservación y mantenimiento de este. Un recorrido por el patrimonio en sus diferentes manifestaciones desde la visión de la memoria como elemento fundamental de su realidad. La memoria encuentra sus formas construidas en la arquitectura, en las ciudades y los paisajes. Una memoria que contiene recuerdos valiosos de nuestro pasado que quiere hacerse viva en el presente que vivimos y trata de soñar un futuro imaginado.

DIEGO PERIS SÁNCHEZ