CONSTRUIR Y HABITAR. ETICA PARA LA CIUDAD

El libro Construir y habitar. Ética para la ciudad de Richard Senet cierra una trilogía que comenzó con El artesano y siguió con Juntos, reflexiones sobre la actividad manual y la vida en común. Ahora es la ciudad la protagonista de su último análisis. Comienza con una descripción histórica que, por sus paralelismos con el momento actual que vivimos, comento.

Las ciudades habían estado siempre expuestas al peligro de la peste y a finales de la Edad Media la peste bubónica acabó con una tercera parte de la población de Europa. Cuando las ciudades modernas se hicieron más grandes y densas, la contaminación por residuos se hizo más intensa y con ello el incremento de las enfermedades. El aumento de viviendas incrementó también el número de chimeneas y la contaminación del ambiente. Los primeros urbanistas que se empeñaron con toda energía en enmendar estas condiciones eran ingenieros no médicos.

En ese momento se creía que el cólera se trasmitía por el aire y no por el agua y en 1832, durante una epidemia, muchos parisinos trataron de defenderse de una plaga que barrió la ciudad tapándose la boca con pañuelos blancos pensando que el blanco era una protección especialmente útil. El Palais Royal se convirtió en un hospital donde se colocaba a los enfermos bajo el techo de cristal convencidos de que la luz solar tenía poderes desinfectantes. Los ingenieros civiles se convirtieron en los maestros artesanos de la ciudad moderna y la instalación de un saneamiento enterrado que conducía las aguas fecales, la mejora de los pavimentos que animaba a mantener limpia la ciudad y no arrojar basuras en las calles fueron especialmente eficaces para la salud. Los ingenieros suponían que, si se modificaba la estructura, derivarían de ello prácticas de salud pública más racionales. En otras palabras, que la ville podría alterar la cité.

La ville y la cité.

Senet empieza por distinguir según las palabras francesas la ville y la cité. La ville se refiere a la ciudad en su conjunto mientras que la cité designa un lugar en particular. Cité se refiere a la naturaleza de la vida de un barrio, los sentimientos que la gente que vive allí alberga y su apego por el lugar. Una diferencia importante que separa el soporte físico de la ciudad y los sentimientos, las relaciones personales que los ciudadanos tienen con ese espacio físico.

Los fundamentos inestables del urbanismo los estudia con tres iniciativas diferentes: la de Hausmann en París que crea una red de circulación y comunicación en el interior de la ciudad, la de Cerdá tratando de crear una ciudad uniforme y democrática con la agregación de manzanas regulares de esquinas achaflanadas y la propuesta de Olmsted tratando de introducir la naturaleza y la libre accesibilidad en el gran espacio interior de Nueva York. Pero la concepción de Olmsted resultó ser un plan tan infructuoso para acabar con las diferencias sociales como lo fue la del Eixample de Barcelona. Sin embargo, subsiste aún la provocativa propuesta de que la integración social puede diseñarse físicamente. Pero, poco a poco, con el paso del tiempo, el urbanismo se hizo menos ambicioso en lo tocante a la conexión entre lo vivido y lo construido.

La ville y la cité se separan.

El desarrollo del urbanismo moderno en las primeras décadas del siglo XX lleva a una separación entre estos dos conceptos. La ciudad de Chicago se convirtió en la capital de la arquitectura moderna con la presencia de Sullivan o Wright, arquitectos más interesados por los interiores de sus edificios que por sus fachadas. En Europa, Le Courbusier presenta su Plan Voisin cuyo nombre quiere ser una dedicatoria a un fabricante de aeronaves. El Plan Voisin ilumina, extrañamente, un aspecto de la modernidad líquida, el de la eliminación del pasado. Giedion quería abolir el aspecto de la calle corredor con sus fachadas continuas. Y surgirá como consecuencia la Carta de Atenas cuyo problema es la distancia entre sus buenas ideas visuales y la pobreza de su imaginación social., brecha que ya se prefiguraba en el Plan Voisin. Brasilia construida a finales de los años 50 que quería ser la ciudad de la democracia resultó ser una ciudad cuya aportación a la misma era despreciable de puertas adentro. Los discípulos de este proceso como Sert o van Eyck diseñan excelentes proyectos buscando la mediación entre planos y proyectos.

Es el momento en que Jacobs reclamaba la atención a la realidad social que en parte quería destruir la nueva estructura física. Mumford coincidirá inicialmente con Jacobs pero acabará criticando el tiempo lento de las propuestas de “mama Jacobs” como la denomina cuando publica su libro Muerte y vida de las grandes ciudades. Para Mumford para que las ciudades resulten más justas es preciso poner en orden sus fundamentos mediante el diseño. La ville debe prevalecer sobre la cité. Y para ello surgirá la ciudad jardín que Mumford proyecta. El urbanismo de Mumford buscaba una manera socialdemócrata de pensar a gran escala. La cuestión de la escala, en términos políticos está íntimamente relacionada con la jerarquía de valor, pues hay que decidir qué cosas son más importantes y cuales menos.

El ángel de Klee se marcha de Europa.

El análisis de la relación del tiempo y la ciudad lo realiza Sennet con un doble modelo internacional. Su trabajo en la Unesco en el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas le lleva a dos espacios muy diferentes: Nueva Delhi y Shanghai. En Delhi constata la emigración de la gente a las grandes ciudades. Mientras que para algunos las metrópolis son fascinantes, la mayor parte de la gente llega a ellas atraída por las circunstancias. La ciudad global representa una red internacional de dinero y de poder difícil de abordar localmente. Un crecimiento que sigue generando profundas brechas de desigualdad.

Shanghai es el ejemplo de la destrucción de la historia de la ciudad. Las grandes necesidades de planificación impulsadas desde el poder político llevan a la destrucción de la ciudad histórica y a la creación de nuevas ciudades a velocidades infinitamente mayores de las que tenemos en Europa. Y cuando quieren conservar la historia lo hacen de forma falsa construyendo imitaciones de cualquier lugar que les parece sugerente. Es, en parte, el proceso de destrucción creadora que decía Schumpeter.

Este proceso lo cuenta Sennet con una anécdota especialmente interesante, En 1920 Paul Klee creó el Angelus Novus, una figura hambrienta y agonizante con los brazos extendidos. Ese mismo año, el escritor Gershom Scholem vio la obra, la compró y la colgó en su apartamento en Munich. Allí la vio Walter Benjamin, la compró y no se despegó de ella hasta su suicidio en 1940. Antes de matarse cuando intentaba entrar en España (en Port Bou, en los Pirineos, convencido de su inevitable captura por los nazis) Benjamin entregó Angelus Novus al escritor francés George Bataille para mantenerlo a salvo, lo que este hizo escondiéndolo en un polvoriento rincón de la Bibliothèque Nationale. Poco después acabó la segunda guerra mundial y el monotipo fue a parar a manos de Theodor Adorno, quien se las arregló para devolvérselo a Scholem que por entonces vivía en Jerusalén. La viuda de este terminó por donarlo en 1987 al Museo Israelí. En la Moscú de Stalin, Benjamin descubrió que la realidad imitaba al arte, que la historia se movía hacia delante mirando hacia atrás.