ARQUITECTURAS PARA LA MEMORIA

 

 Desde siempre el hombre ha querido recordar a aquellos que han fallecido para honrar su actividad y mantener vivo su recuerdo, construyendo arquitecturas para esa memoria. Muchos de los monumentos de la antigüedad son de carácter funerario. La sociedad actual, ha perdido la relación que la arquitectura ha mantenido a lo largo del tiempo con la muerte. El cementerio, tal como hoy lo conocemos, tiene un origen relativamente reciente. Desde el siglo V hasta finales del siglo XVIII, las iglesias eran los espacios para los muertos, que se inhumaban bajo su amparo de forma anónima, exceptuando los personajes ilustres. Con diferentes formas de vivirlo, la muerte convivía, en los espacios religiosos, con la actividad litúrgica.

A llegar el siglo XVIII con el pensamiento romántico, los principios de la Ilustración, y sobre todo la presencia de  las ideas higienistas y avances en las ciencias, comenzó a denunciarse, en toda Europa, la situación insalubre de las iglesias, iniciándose lo que se ha llamado “el exilio de los muertos”. Había que proyectar cementerios fuera de la ciudad, con unas premisas de partida totalmente distintas a las anteriores y sin tener  referencias de cómo hacerlo. Por un lado se inicia la búsqueda de una nueva tipología y por otro se constata la importancia que adquiere la tumba privada como lugar de memoria y conmemoración. Lugares de enterramiento donde eran manifiestas las diferencias sociales, con una situación especial para el clero y la aristocracia, multiplicándose la construcción de panteones y tumbas con arquitecturas eclécticas e historicistas. Por eso dice Oriol Bohigas que los cementerios son como catálogos de arquitectura.

El siglo XX con sus dos guerras mundiales, planteó cambios importantes en esta relación con la muerte. La expansión demográfica y el crecimiento urbano plantearon nuevos problemas. En los países protestantes, donde existía el cementerio jardín, surge, el  cementerio paisaje, con grandes espacios libres y una ausencia evidente de símbolos. Sin embargo en la Europa católica, los cementerios aparecen con otras formas, con las tumbas y la  presencia de los nichos para mejorar el aprovechamiento del espacio.

La arquitectura se plantea el diseño y la concepción de estos espacios en diferentes lugares. El cementerio Woodland, cementerio del Bosque de Estocolmo, obra de Gunnar Asplund y Sigurd Lewerentz marca una referencia en la arquitectura funeraria del siglo XX. El trazado de este cementerio es radicalmente opuesto al de los cementerios mediterráneos más apegados a la tradición y cargados de simbolismos, en éste, precisamente, existe una ausencia intencionada de significados inmediatos, permanecen ocultos, lo que nos trasmite una concepción de la muerte diferente, llevándose al límite la idea de cementerio paisaje.

Alvar Aalto, junto con Jean-Jacques Baruèl, en 1952, realizó el proyecto para el concurso del cementerio municipal de Lyngby en Dinamarca. El proyecto, que no llegó a realizarse, se apoyaba en la topografía conformada por los dos cráteres en declive, valles de los muertos, en los que Aalto planificaba una composición en abanico, situando en terrazas los enterramientos, y colocando la capilla como elemento dominante en la zona más elevada. Como decía. Etlin : todo un nuevo mundo…en el que el descenso al interior de la tierra, al mismo tiempo abierto al firmamento, nos sitúa en el perfecto espacio de la ausencia.

Ya en los años sesenta y setenta del siglo XX hay dos proyectos especialmente atractivos: la tumba de la familia Brion en San Vito di Altivole, de Carlo Scarpa y la ampliación del cementerio de Módena de Aldo Rossi. En ambos proyectos la arquitectura es concebida de forma unitaria y ejerce un control sobre todo el conjunto.

El cementerio Brion proyectado por Scarpa amplia el ya existente y para ello recurre a elementos del paisaje circundante con formas simbólicas y arquitectónicas elaboradas hasta sus mínimos detalles. La planta circunda en dos lados el antiguo cementerio de SanVito. Organiza tres zonas, a un lado el estanque con el pabellón de la meditación, en el ángulo el arcosolium con la tumba de los fundadores y en el otro lado la capilla. La verja, la tumba-mausoleo, la gruta, la presencia del agua y los detalles constructivos son de una especial riqueza con referencias simbólicas y alegóricas.

.               Aldo Rossi y Gianni Braghieri ganan el concurso para el nuevo cementerio de San Cataldo, en Módena  en el año 1971. Rossi había tenido recientemente un accidente de automóvil grave que le obligó a permanecer mucho tiempo inmovilizado, lo que le hizo, según el confesaba, reflexionar ampliamente sobre la muerte y su arquitectura.

La idea central del proyecto surgía, tal vez, de haber advertido que las cosas, los objetos, las construcciones de los muertos, no son diferentes de las de los vivos…también veía la muerte en el sentido de nadie vive aquí. Se amplía el antiguo cementerio neoclásico, continuando el perímetro porticado con nichos que sitúa también en la zona central. En el eje, a modo de columna vertebral, se ubican los columbarios, de forma regular inscrita en un triángulo, rematado en su vértice superior con una forma cónica truncada donde se halla la fosa común que Rossi llama el abandono de los abandonados, y en su base, un gran volumen cúbico con huecos regulares, en el que está el osario y el espacio dedicado a los fallecidos en la guerra. Rossi construye la ciudad de los muertos con las formas geométricas que utiliza en numerosos proyectos, cargadas de simbología y de fuerza significativa. Y ello lo conjuga con los recorridos porticados de los cementerios clásicos, unidos a la memoria del lugar, como el Camposanto monumental de Pisa. La ampliación del cementerio de San Michelle de Venecia de David Chipperfield es también un proyecto de una singular belleza.

En España, el proyecto del cementerio de Igualada, es el resultado de un concurso ganado en 1985 por Carmen Pinós y Enric Miralles. Tiene forma irregular y se sitúa en una cañada de suave pendiente que baja hacia un río. El cementerio aprovecha la topografía y el paisaje natural próximo, con recorridos llenos de significados y evocaciones. Hay un intento de narrar el trascurso del tiempo: todo se trasforma, el paisaje, el oxido del metal, las luces y las sombras, subrayando el carácter efímero de la vida y el dominio que la naturaleza ejerce sobre todo.  Muntañola decía del proyecto: Se trata de dialogar con el paisaje pero sobre todo convivir con la memoria de los que no están y para ello es importante remarcar la importancia de lo existente, de apreciar lo vivo, para recordar a los muertos.

En Galicia, el cementerio de Fisterra de Cesar Portela plantea una visión claramente distinta de la que tradicionalmente tienen en la región.  Por ello el  proyecto ha tenido una cierta incomprensión y rechazo popular, a pesar de su cuidado diseño y de su emplazamiento espectacular  junto al mar. El propio territorio establece la demarcación sin necesidad de vallados y cierres. El proyecto respeta al paisaje, lo interpreta como una senda o un rueiro que serpentea por el acantilado.

En Alcázar de San Juan, en la entrada del cementerio, los arquitectos Vicens y Ramos han proyectado  un crematorio realizado en hormigón blanco. Unos volúmenes de gran altura con formas apuntadas que marcan una referencia simbólica en el acceso al conjunto del cementerio. Espacios para la memoria que, como homenaje y recuerdo, requieren el cuidado y la calidad de cualquier espacio arquitectónico.