ARQUITECTURA Y ARQUITECTOS

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DE ARQUITECTURA Y ARQUITECTOS.

            La Arquitectura trata de explicar sus actividades, reflexionar sobre ellas y elabora teorías que quieren explicar la realidad construida o simplemente proyectada e ideada. A veces esas teorías tratan de justificar determinadas actuaciones, propuestas no entendidas por el conjunto de la sociedad o elaborar una explicación que trate de acercar el trabajo de los profesionales a todos. Teorías muy diversas entre las que he querido seleccionar algunas afirmaciones de arquitectos de primer nivel que cuestionan ciertas afirmaciones y que devuelven la arquitectura a terrenos próximos a la vida real de los usuarios de la misma.

Arquitectura y arte.

            En ocasiones, los arquitectos se consideran artistas y reclaman por ello una libertad creadora propia del genio. La arquitectura es una expresión artística y no es un arte, las dos cosas a la vez. Es un arte porque es una metáfora espacial y material de la existencia humana, pero no es una forma de arte porque es un artefacto instrumental en el que deben primar la utilidad y la racionalidad. Una obra de arquitectura debe mirar en primer lugar a aquellos que van a vivir en ella o van a desarrollar su trabajo y su actividad social en la misma. Aquello de la función y la forma sigue teniendo gran parte de verdad.

            Un importante arquitecto como era Louis Kahn, en su escrito Forma y Diseño, decía: “Un pintor puede concebir cuadradas las ruedas de un cañón para expresar la futilidad de la guerra. Un escultor puede también modelarlas cuadradas. Pero un arquitecto debe hacerlas redondas”.

La arquitectura como lenguaje.

            En las últimas décadas se ha querido analizar la arquitectura desde los planteamientos de la semiótica y aplicar a las construcciones el análisis y los conceptos del leguaje. En una entrevista al arquitecto Peter Zumthor, un suizo autor de proyectos de primera calidad, le preguntaban: “La arquitectura es también un lenguaje, es especialmente un lenguaje? Y Zumthor contestaba. “No estoy de acuerdo. La arquitectura no es especialmente un lenguaje. La arquitectura es algo para vivir, no es un lenguaje. Mi madre quiere una casa para vivir, no un lenguaje. No es posible vivir en un lenguaje. De hecho yo reduzco los signos del lenguaje arquitectónico a los signos fundamentales”.

La arquitectura es un estado del alma.

            La casa es, más aún que el paisaje, un estado del alma  decía Bachelard. Todo lo sólido se desvanece en el aire decía Marx en el manifiesto comunista, expresión que retomaba Marshall Berman en su libro titulado Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. La tarea fundamental de la arquitectura estriba en sostener y celebrar la vida, además de proporcionarle un sentido de dignidad. Un espacio arquitectónico generoso y atento sensibiliza toda nuestra relación con el mundo; afina nuestros sentidos y alimenta nuestra receptividad ante la más sutiles y frágiles de las sensaciones. Un espacio arquitectónico benevolente nos acaricia y calma, nos da energía y consuelo. La arquitectura eterniza y sublima algo decía Wittgestein en sus  Aforismos. Cultura y valor.

            Los nuevos medios han desplazado a la arquitectura no por ser más fuertes, sino por ser más rápidos, efímeros y desechables. La cultura actual fomenta lo rápido, lo poderoso, lo abrumador. Hay una tendencia a permitir que la imagen determine la forma y no al revés. En nuestra cultura publicitaria, la arquitectura está asumiendo de manera imperceptible la función de los anuncios.

La arquitectura de la imagen.

            Elliot decía que “hemos perdido la capacidad de hablar con los muertos”, la capacidad de aprender de la tradición y del talento de los que nos han precedido. La imagen se ha convertido en un fetiche dice Baudrillard. La obsolescencia incorporada ha pasado a ser una característica de los estilos arquitectónicos actuales.

            La arquitectura y los artefactos son independientes de sus funciones y se transforman en signos, fetiches sociales autónomos cuya utilidad real es la de servir a la cultura imaginaria. Se ha pasado del valor funcional a un valor en el orden del símbolo o del signo que es esencial para la sociedad de consumo como recordaba Marcuse en el hombre unidimensional. La arquitectura se ha convertido en un signo cultural, una imagen exquisita pero vacía. El Shanghai Bank de Hong Kong de Foster y la Lloyds de Rogers en Londres son ejercicios de malabarismo narcisista. “Esta forma de cultura construirá una residencia de ancianos universal” dice el arquitecto filandés Juhanni Pallasmaa.

No son genios lo que necesitamos.

            Así titulaba el arquitecto catalán Coderch un artículo publicado en 1961 en la revista Domus. Un viejo y famoso arquitecto americano, si no recuerdo mal, le decía a otro mucho más joven que le pedía consejo: “Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas”. También le decía: “Detrás de cada edificio que ves hay un hombre que no ves.” Un hombre, no decía siquiera un arquitecto. No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la Arquitectura, ni grandes doctrinarios. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales, en relación con nuestro oficio de arquitecto y con nosotros mismos. Creo que necesitamos, sobre todo, buenas escuelas y buenos profesores. Necesitamos aprovechar la escasa tradición constructiva y, sobre todo, la tradición moral, en esta época en que las más hermosas palabras han perdido su verdadera significación.

            Esa tradición moral recuperada es esencial en la arquitectura. Vitrubio en Los diez libros de la Arquitectura decía   que “conviene que el arquitecto sea instruido, hábil en el dibujo, competente en geometría, lector atento de los filósofos, entendido en el arte de la música, documentado en medicina, ilustrado en jurisprudencia y perito en astrología y en los movimientos del cosmos”. Y decía que la filosofía perfecciona el alma, otorgándole un alma generosa, con el fin de no ser arrogante, sino más bien condescendiente,  justo; en efecto resulta imposible levantar una obra sin honradez y sin honestidad.

            Vivimos sin embargo tiempos de crisis no sólo económica sino sobre todo de ideas y mentalidades. Tal vez sea el momento de renovar realmente las cosas y pensar en rejuvenecer. Nuestra sociedad debe recobrar el sentido ético de las cosas y también de la arquitectura. El desarrollo de nuestra cultura ha vuelto a poner en el centro de todas las miradas la cuestión del contenido ético del arte.

DIEGO PERIS SÁNCHEZ